No sepulté a mi madre.
En la tierra árida no la dejé.
Su espíritu, flor del desierto, se liberó, mas no se fue.
Ella, flor nacida en el desierto, resistente y valerosa,
sus raíces, fuertes y hondas, en la tierra arenosa.
Ella, voz, agua y sal entremezcladas, en la brisa nocturna susurra profecías.
Cantos de cuna, ecos de tormentas y alegrías.
Ella, manto de la noche, velo de estrellas, vigilia de mi sueño, y de mis amores.
De mi desvelo compañía, ángel guardián de mis albores.
No sepulté a mi madre.
En mi corazón vive y es presencia.
Su voz, me acompaña, pero más su oído, confidente de mis cantos y latidos.
Ella, escucha mis historias, alegrías y lamentos,
escucha sin juzgar, con tierno amor.
En el silencio encuentro su abrazo, refugio donde mi alma encuentra su calor.
No sepulté a mi madre.
Vive en mi canto, en mi risa, en mi alma.
Su amor, es luz que no se apaga, su canto, un abrazo que trae calma.
En la tierra árida no la dejé.
Su espíritu, flor del desierto, se liberó, mas no se fue.
Ella, flor nacida en el desierto, resistente y valerosa,
sus raíces, fuertes y hondas, en la tierra arenosa.
Ella, voz, agua y sal entremezcladas, en la brisa nocturna susurra profecías.
Cantos de cuna, ecos de tormentas y alegrías.
Ella, manto de la noche, velo de estrellas, vigilia de mi sueño, y de mis amores.
De mi desvelo compañía, ángel guardián de mis albores.
No sepulté a mi madre.
En mi corazón vive y es presencia.
Su voz, me acompaña, pero más su oído, confidente de mis cantos y latidos.
Ella, escucha mis historias, alegrías y lamentos,
escucha sin juzgar, con tierno amor.
En el silencio encuentro su abrazo, refugio donde mi alma encuentra su calor.
No sepulté a mi madre.
Vive en mi canto, en mi risa, en mi alma.
Su amor, es luz que no se apaga, su canto, un abrazo que trae calma.
por: Miguel Quintero
Twitter: Owiruame
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