miércoles, 30 de noviembre de 2022

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 ─ Desenterrarlo no va a ser tan fácil.

─ ¿Tú crees? Pero si ya tenemos el punto exacto donde lo enterraron.

─ Ei, pero… ¿Sabe? Los espíritus son celosos. No le entregan sus tesoros a cualquiera.

─ Pues no soy cualquiera, eh. Mi abuelo compró la finca y todo lo que hay en ella. Y mi esposa, fue quien tuvo esas visiones.

Los dos hombres estaban al fondo del patio. El “patrón” sostenía en su mano una lámpara mientras el otro paleaba tierra para abrir un hoyo en aquél rincón de la casa. El que escarbaba hizo una pausa en su trabajo:

─ Ei, pero, ¿no la mandó uste’ al psiquiátrico, ‘quesque’ por esquizofrenia?

─ ¿Cómo iba yo a saber que lo que veía era el fantasma del general? ¿Cómo iba yo a saber que se aparecía para cuidar su tesoro? Igual te estoy pagando para que me ayudes a desenterrarlo porque me dijeron que tú podías hacerlo.

─ Por eso digo que desenterrarlo no es tan fácil.  Para encontrar el tesoro que cuida un difunto, hay que encontrarlo sin deseo, sin ganas de hallarlo. En el momento que uno codicia el oro o la plata que hay,  el tesoro se convierten en ceniza… ¡Y ni pa’dios ni pal’diablo!

─ Tú no lo codicias, ¿o sí? Y yo… Digamos que es más un “interés histórico”.  Mi abuelo sí que lo quería, ¡pobre, se murió sin encontrarlo!

Nadie supo qué pasó. Por la mañana, encontraron muerto al dueño de la finca de un golpe en la cabeza,  una pala ensangrentada y un poco más allá, una olla de barro llena de ceniza.

Twitter: Owiruame

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