Al abuelo le gustaba la música. Se le podía escuchar cuando iba llegando a casa
de visita, porque siempre venía silbando una melodía. Los nietos corríamos a su
encuentro.
Él fue quien me enseñó de claves, de notas y de tiempos cuando yo apenas aprendía
a leer y escribir. También me dijo que la música era el lenguaje del corazón. No lo
entiendes ahora, pero lo entenderás —decía.
Me prometió que me enseñaría a tocar como los músicos de la banda militar en la que
él tocaba, pero esto nunca sucedió. Una tarde cerró sus ojos para no volverlos a abrir.
A veces cuando sopla el viento, escucho la melodía que silbaba y me asomo a la
ventana, por si acaso aparece caminando por la calle.
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