Hoy comienza un tetramestre más en Claustro Universitario. Hace poco más de dos años comencé a dar clases en el mismo. Antes de llegar a Claustro, me desempeñaba nuevamente (y después de algunos años como ministro de culto) como docente de preescolar.
Un cambio radical, pensarán algunos, y sin embargo no lo es tanto. Sigo encontrando en la mirada de mis alumnos grandes y pequeños aquello que me impulsó a ser profesor: la chispa del asombro. Cuando el velo se corre y se da el descubrimiento, los rostros de todos los que participamos del aprendizaje se ilumina con con una luz nueva, diferente, única.
Amo enseñar porque gracias a mis alumnos, las cosas que a los ojos de los demás son comunes y ordinarias, puedo verlas con una mirada renovada, puedo asombrarme de la cotidianeidad y en ese momento no existe el pasado ni el futuro, el presente se pinta de eternidad; la vida, por un instante, se vuelve plena.
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